divendres, 28 de maig del 2010

Kalle

El puente de Reese de Hamburgo es, desde hace dos semanas, un lugar de peregrinación para los periodistas. Desde que el mesías del periodismo, Manolo Lama, humillara ante las cámaras a un mendigo con la ayuda de unos cuantos seguidores del Atlético de Madrid, muchos de sus colegas de oficio alemanes han seguido sus pasos y se han acercado al puente para encontrar al sujeto indigente.
El Morgen Post, periódico de la misma ciudad, recogía el sábado unas declaraciones de Kalle –sí, el mendigo tiene un nombre–, en las que se podía apreciar el esperado enojo del ciudadano hamburgués. “No he entendido nada y no me pidieron ningún permiso”, aseguraba el afectado. Kalle lleva siete años pidiendo limosna en el puente de Reese y, según dice, jamás le había sucedido algo similar. Claro, porque jamás se había jugado en Hamburgo una final europea de fútbol con protagonista español. Kalle no sabe que, en España, y más en concreto en tres o Cuatro cadenas que no mencionaremos, está de moda sacar en pantalla la mierda de los desvalidos. Será por el sentimiento de catarsis barata que provoca en los televidentes, o será llanamente porque estos se complacen con la mierda de los demás (esto último recibe el nombre de escatofilia).
Es un poco exagerado proclamar que los informativos de estas cadenas utilicen dicha estrategia para captar audiencia –quizás la memez de Lama en Hamburgo fuese tan solo un desliz dentro de los rigurosos y contrastados telenoticias de su cadena–, pero lo que es innegable es que existen decenas de programas que se alimentan con la mierda ajena (esto último recibe el nombre de escatofagia). Cámara en mano, muchos periodistas persiguen a gente que se encuentra en situaciones de exclusión social. Y cuanto más negros tengan los dientes y más agrietadas estén su casas, mucho mejor. Según ellos, se trata de un periodismo de denuncia.
¿Cómo se puede denunciar la realidad de una persona sin tan siquiera mencionar su nombre y sus apellidos? Esto –igual que la intervención de Manolo Lama– nada tiene que ver con denuncias ni con periodismo, sino con la escatofilia antes referida. A menudo, los reporteros callejeros se adentran en barriadas marginales, retratan a diez o quince de sus habitantes y tan solo recogen el nombre dos o tres. No les interesa su apelativo porque lo que vende no es la persona, sino la mierda en la que viene envuelta. Tampoco interesa investigar por qué esa mierda está allí y no en otras partes. O cómo se puede sacar esa mierda acumulada. Eso sería perder un tiempo precioso que se puede invertir en retratar más y más mierda.
El sábado pasado el Morgen Post –junto con otros periódicos alemanes– dio una lección de periodismo a los profesionales españoles. Se plantaron ante el –hasta aquel momento– desconocido mendigo del puente de Reese y, primero de todo, le pidieron su nombre. Luego su opinión de lo sucedido. “No pueden burlarse así de mí”, dijo él. Ahora todos sabemos que en aquel puente hay un señor que se llama Kalle y que está indignadísimo con el mal hacer de los periodistas españoles. No es la denuncia de un mendigo de un puente hamburgués. Es la denuncia de Kalle.

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